1990
19 de septiembre de 1990
"¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que nos vimos
Claudia?, Cinco años, cuatro años y medio?, parece como si fuera ayer cuando
recuerdo nuestros años en la universidad, agradables años llenos de vitalidad y
gracia, jóvenes e inexpertos, inocentes, viviendo en una década llena de
aceleración exponencial en cada uno de los rincones de esta ciudad despiadada,
juntos fuimos, quizás, la mejor pareja o la mas enviada en las paredes de
aquella escuela a la fuimos , para nuestra desgracia, nuestros caminos se
alejaron el uno del otro, tú, te fuiste a Europa a viajar y conocer para nunca regresar; yo , me perdí en las letras, las reseñas, las
criticas, las palabras para juzgar otras palabras y de vez en cuando juntar
muchas frases y palabras para que pudiesen ser diseccionadas; falta de simetría
, tu anhelabas lo que yo no te podía dar, lo que aunque trabajara toda mi vida
jamás podría darte; no te culpo tu vida había sido más fácil que la mí y por
ende querías otras cosas, no a un hombre que te llenara de palabras en vez de
joyas, así sucedió y te fuiste muchos años, demasiados, tantos, que tu cabello
y el mío comenzaban a pintarse de blanco y nuestros matrimonios se
desquebrajaban, los suficientes para haber madurado y vernos en la calle con
gusto, saludarnos y ¿Por qué no?, salir a tomarnos un café, charlar y ponernos
al día, contarse cosas de personas envejeciendo velozmente por el ritmo y el
fracaso de nuestras vidas, desde esa primera vez ¿Cuántas veces nos hemos
visto?, incontables, y aun siento algo,
eso quisquilloso y travieso por ti, eso siempre ha vivido en ambos, la
asimetría nos llevo a otros lados para reencontrarnos en otro punto de nuestra
vidas, frustrados pero sabios, con la disposición de atrevernos a lo
prohibido, que muy poco nos ha importado y aunque la vejez nos ha alcanzado,
aun continuamos con eso que sentimos hasta el fin de nuestros días.
Te escribí esto para decirte esas pequeñas cosas que nos
hemos repetido innumerables ocasiones, de manera reiterativa, solo te digo que
siempre te llevare conmigo hasta el día que muera y que ahora, que tú te vas
antes que yo, espero reencontrarme contigo en eso que llaman cielo o eso que
llaman la siguiente vida, al fin y al cabo si ya lo hicimos una vez podemos
hacerlo una vez más…”
Impactado, esa palabra se queda corta al encontrarme una vieja carta de
mi abuelo dentro de su frío y olvidado closet; es curioso que me la haya
encontrado cuando me voy a casar dentro de un par de días exactamente el día
que se fue mi abuelo, hace 15 años, más curioso es que haya aparecido de entre
la nada al momento de buscar esos gemelos de seda que tanto adoraba mi abuelo y
que desde su muerte nadie los había visto y mucho menos encontrado; ese olvidado y escalofriante
closet, estaba lleno de recuerdos para todos, nadie en realidad se había
atrevido a hurgar propiamente en él desde su muerte, todos sabíamos donde tenía
su caja fuerte y como iba a quedar su testamento material, todos sabíamos dónde
encontrar sus discos y sus libros más importantes, todo lo tenía almacenado de
forma tal que todos sabíamos dónde estaba tal o cual cosa, por si él nos lo
pedía en algún momento; en particular yo era el que más convivía con él, no
puedo mentirles al decir que si bien le profesaba un cariño enorme, mi respeto
como escritor y reseñista es mayor, su trabajo motivo a mi padre y por ende a
mí a continuar en las letras, aquellas que en esa carta mencionaba le habían
costado la mano de aquella mujer llamada Claudia y de la cual estaba
profundamente enamorado en secreto, él como persona fue amable, sencillo,
tímido y cariñoso, no fue el mejor
marido, pero si se esforzaba por traer dinero a la casa y educar y formar bien
tanto a mi padre y mis tíos; su vida aun casado con mi abuela, recuerdo
vagamente, parecía llena de tristeza, y desde el momento en que se fue mi
abuela y haciendo coincidencia con la muerte o partida de aquella mujer llamada
Claudia, la vida de mi abuelo se vino debajo de forma estrepitosa, quizás ahora
sé porque, aun así, a ciencia cierta me quedo con muchas dudas, mi abuela ya no
estaba y por supuesto mis padres no iban tener idea de quién era esta Claudia,
la duda me mataba.
Aquella carta aun me tenía anonadado, quizás por la imagen sería e
incorruptible que tenía mi abuelo, no sé desde cuando pudo haber comenzado una
relación o de hecho no sé si en realidad era una "relación" la que mantenía con
Claudia; así que busque como desesperado más pistas en su closet y no encontré nada,
solo humo, parecía que el secreto se lo llevo a la tumba, no podía pensar más
en ello, mi boda se acercaba y aunque estos pensamientos me molestarían en los
próximos días ya no podía hacer nada, por lo menos no ahora, pero como arte de
magia busque, quizás, la ultima pista en
su álbum de fotografías, ahí tenía una foto de generación de su universidad, la
gente antes tenía la costumbre de poner los nombres de las personas que salían en las fotos al reverso para saber
quiénes eran con el paso del tiempo, no sé si buena o mala costumbre, pero así
fue como encontré a Claudia.
Claudia Asturias Revillagigedo De Cousteau, ese era su nombre
completo de casada, esta mujer de origen español había sido compañera y novia
de abuelo hasta que salieron de la facultad, se fue a Europa y en París conoció
a un magnate de la vida marítima y económica de Francia, lleno de riqueza y
clase dejo a mi abuelo escribiéndole una carta mencionándole la opción de vida
que había encontrado y como le deseaba lo mejor a mi abuelo, se volvieron a
encontrar en algún momento a mediados de los años 70’s, sin resentimiento llevaron
una amistad llevadera y con mucho cariño y respeto entre ambos, se veían frecuentemente ya que ambos
atravesaban problemas con sus parejas, ella había encontrado que su adinerado
marido tenía otra concubina y estaban por divorciarse, el, la ayudo a conseguir
un buen abogado y la acompaño en buena parte del juicio de divorcio, se
mantuvieron cercanos hasta que Claudia fue diagnosticada con una enfermedad en
el corazón que le impedía salir de su casa, mi abuelo por ende dejo de verla y
no podía visitarla muy a menudo por que el ya tenía su propia vida de hombre
retirado con mi abuela, Claudia se fue muriendo poco a poco y solo recibió una
última visita de él, al entregarle aquella carta que encontré por accidente,
ella murió un 25 de septiembre de 1990, como regalo final a mi abuelo, le
reenvío la carta junto con la foto de generación que yo había encontrado en su
álbum y el por alguna razón había perdido; eso me contó la hija de Claudia,
Renee Cousteau, quien tenía un parecido formidable con su madre y al contarme
esto soltó algunas lagrimas, ella conoció a mi abuelo y me cuenta que siempre
reza por que mi abuelo y su madre estén juntos en el cielo.
Ha llegado el día de mi boda, encontré esos gemelos azules
que porto mi abuelo el día de boda y encontré ese fragmento perdido de la
historia de mi abuelo, no sé realmente si nunca paso nada más entre ellos, es
difícil creer en estos días que la gente se ame en secreto y no pase nada, pero
antes la gente creía en otras cosas y la vida era quizás más simple, no existía
la confusión creada por la maquinaria creada por el hombre, el tiempo y los
sentimientos pasaban a través de las personas de forma lenta pero indolora, no
puedo juzgar y decir que cual época fue mejor, pero para un hombre actual, lo
que paso con mi abuelo es algo inexplicable y quizás un enigma, por eso quiero
creer que mi abuelo se fue justo en el momento que debía hacerlo, antes de ver
como el mundo en el que vivió se caía a pedazos ante la ola de flashes y el
vértigo de la vida moderna; suena la alarma de mi reloj, ha llegado la hora,
estoy un poco nervioso pero quizás deba aprender un poco de mi abuelo, si el
pudo hacerlo, yo por que no.
Ian Pavel