miércoles, 30 de octubre de 2013

Parte Baja De La Séptima Entrada


Parte Baja De La Séptima Entrada.


Ir a un partido de baseball en esta ciudad es un verdadero fastidio, el estadio queda absurdamente lejos de cualquier estación de tren subterráneo y prácticamente es inaccesible en auto; se deben de caminar cerca de 15 minutos  para llegar a él, en pocas palabras, es una odisea terrorífica, básicamente, los que asistimos a juegos de este deporte somos fanáticos irredentos, a pesar de todo,  se llena el estadio cada noche que hay partido, se puede observar alegremente el ir y venir de familias, hombres de oficina y demás personas conforme avanza el juego; yo soy uno de esos hombres de oficina, que, taciturnamente asisten cada vez que pueden a un partido, soy fanático del equipo local desde pequeño y mi habito de ir a los juegos nunca se ha ido, se ha visto reducido pero nunca se ha extinguido, me gusta languidecer por horas en mi asiento, mientras observo pacientemente el desarrollo del partido con sus strikes, outs, home runs, etc., estar sentado  y observar el partido son parte de mi trabajo, lo veo y apunto detalle a detalle, se llevar esa cosa que los sabiondos del deporte llaman box-score, mi padre me enseño, pero había alguien que sabía llevar mejor un box score que yo y sobre todo que es mucho más fan de este juego que yo, esa persona era mi esposa, Rebeca.

A mi esposa la conocí cuando éramos niños, vivíamos en el mismo barrio y ocasionalmente jugaba con su hermano mayor, desde entonces ella era la niña más popular de la colonia y aunque fuese aun una niña, ya levantaba algún sonrojo o suspiro en algunos niños mayores a ella, emanaba algo con su cabello largo, rubio, su rostro delicado y sus ojos color miel, que a pesar de tener solo 10 años, los que tenían 12 o incluso 13 años, la miraban estupefactos cada vez que caminaba junto a sus padres o su hermano, a mí que era un poco más cercano a ella gracias a la amistad que poco a poco fui llevando con su hermano, sus encantos me parecían aun más fascinantes e hipnotizantes; aun así nunca me acerque a ella y al contrario, Rebeca, fue la que se acercó a mi cuando cumplió 14 años y yo era un adolescente en la preparatoria, aun frecuentaba a su hermano pero para jugar baseball por las tardes u ocasionalmente ir a algún partido, pero ella, como muchas mujeres; mas despierta, más sensual, sabiéndose confiada de sí misma y sobre todo, bella, podía estar con cualquier otro chico del barrio, pero no, se acercó a mí, por familiaridad, por atracción física quizás o por simple curiosidad adolescente; yo, introvertido y siendo aún un flacucho de un metro con setenta centímetros, no podía creerlo, principalmente por ser la hermana de mi amigo y segundo por la naturalidad con que me saco de mi caparazón sin darme cuenta; ella, alegre y sonriente, dejo ver sus intenciones casi desde un principio, yo, apenado y tímido, reaccione lo mejor que pude y prácticamente cedi ante ella, era inevitable; el problema es que ella, despampanantemente ante mi mirada, era menor que yo y paradójicamente, ella fue la que me conquisto a mí, no a la inversa.

Comenzamos a salir y con el permiso de sus padres y su hermano, todo se dio de manera natural, ambos, aficionados al baseball, ambos apasionados de la misma música y casi al mismo tipo de películas, parecíamos cortados con la misma tijera; los primeros meses fue algo raro, rápido e intempestivo, los siguientes, calmados y estables y de esta forma transcurrieron cerca de 4 años, ella de 18 y yo de 20, el único paso natural era el casarme con ella según sus padres y los míos, yo, aun un universitario, tenía miedo de quizás no poderla hacer feliz, nuestra relación era fantástica, pero mis miedos y complejos personales, nunca desaparecieron, ni aun estando casados, a veces no podía creer que ella y yo de verdad fuésemos una pareja tan estable, había días que pensaba que era un sueño y que la vida era demasiado sonriente para mí, había momentos, que sus muestras de amor eran tan oportunamente  demostradas que me sentía como el típico “loser” de una película gringa, al cual, por un golpe de suerte, todo le había resultado bien; pero a veces también los celos era inmensos y dolorosamente amplios, ¿Cómo una mujer que al paso de los años se hacía cada vez más bella y ominosamente  brillante ante mis ojos podía estar conmigo?, un ya no tan flacucho, pero introvertido sujeto que apenas y podía hablar con su vecino; el miedo era inmenso, la adolescencia me pesaba demasiado, mi corazón se ahogaba en sensaciones inexistentes; de alguna manera pude sobrevivir a aquello y al momento de cumplir un año más juntos, supe que era ahora o nunca, era joven e inexperto pero sabía que debía de hacerlo, casarme con ella.

La idea llego mientras observaba un juego entre los Giants de San Francisco Vs los Dodgers De Los Ángeles, un hombre, durante la parte baja de la séptima entrada, con ayuda del tipo del sonido local, pasaron una canción de Johnny Cash, “Walk The Line”, a punto de terminar la canción, por micrófono y a los oídos de todos en el estadio repleto, le pidió a su novia por más de 5 años que se casara con él, obviamente la mujer acepto y lo demás, bueno es historia no revelada; en ese momento transmitido por televisión y como iluminación divina, supe que debía de decirle a Rebeca que fuese mi esposa, no lo iba a hacer igual, obviamente, pero sabía que si ese hombre lo hizo después de 5 años, yo también debía de hacerlo, así que lo hice; un poco más ortodoxo, en un restaurante y robándome la idea de la  canción de Cash que puso el tipo, le dije al gerente del restaurante que me ayudara y le dijera al conjunto del lugar que tocara esa canción y como música de fondo use  la voz de Johnny para pedirle que fuese mi esposa a Rebeca, ella accedió inmediatamente y me arrebato un beso y abrazo enormes que casi me tiran; nuestras familias más que contentas organizaron algo a nombre de nosotros e invitaron a nuestros amigos, algunos vecinos y obviamente una multitud de familiares, la ceremonia pequeña pero bellamente elaborada por mi madre y la suya, fueron su regalo, después de ello se vaticinaban entre los invitados bellos sucesos pero en realidad ese fue quizás lo único y lo último bello de un año fatídico.

Yo comencé a trabajar de inmediato en una tienda de deportes y estudiaba en la tarde, me faltaba solo un año para acabar la carrera de periodismo, me esforcé mucho en tratar de llevar acorde una triple vida, la de marido cariñoso, la de hombre proveedor y la de estudiante; ella, estudiaba para ser educadora por las tardes, trabajaba en las mañanas en un restaurante como mesera, ambos con sueldos apenas dignos de la supervivencia; aun así, nuestra vida la llevamos lo mayor equilibrada posible, no teníamos muchas discusiones y nos manteníamos juntos y estables la mayor parte del tiempo, al cabo de unos meses, lo obvio paso, Rebeca quedo embarazada, era cuestión de tiempo decían mis amigos de la facultad, mis padres sabían que pasaría tarde o temprano; todos estaban alegres , quizás fue un poco más rápido de lo que esperaban, pero recibimos el apoyo de todos a nuestro alrededor; yo estaba impactado pero muy contento por la noticia, a pesar de lo precario de nuestras condiciones por momentos, tener un hijo es algo que cualquier hombre debe de cumplir algún día, al menos eso pensaba yo; los meses transcurrieron rápidamente pero las cosas no resultaban como pensábamos y mucho menos como queríamos; Rebeca tuvo una amenaza de aborto a los tres meses, desde el inicio del embarazo comenzó a mostrar síntomas muy fuertes de mareos y presión alta, recurrentemente sufría dolores de cabeza o fiebre, no podía caminar ni moverse abruptamente sin sentir dolor en el cuerpo, desde los seis meses se mantuvo en cama totalmente, tuvo que dejar su trabajo y su  estado anímico empeoraba; se sentía triste, nerviosa, frágil; a veces sentía que él bebe le estaba quitando la vida, a veces sentía que nunca conocería a su bebe y lloraba conmigo o con su madre, su angustia me lleno de ansiedad y de un terror indescriptible que inundaba mi cuerpo día a día, mis pensamientos se volvían más oscuros, mi ánimo al final del embarazo llego a lo más catastrófico posible, ¿Premoniciones?, nunca he creído en eso, aunque debí hacerlo.

Hoy es noche de juego de serie mundial, San Francisco Vs Texas, juego 6, definitivo quizás; maldito baseball que me trae tantos buenos y malos recuerdos de Rebeca, ella era aficionada del equipo de la ciudad y además de los Serafines de Los Angeles, le prometí muchas veces que iríamos a un juego de ellos en su estadio y su ciudad, nunca pudimos hacerlo, ese bebe, nuestro bebe, me la arrebato, el día del parto, todo el proceso en caída que veníamos sufriendo llego a su fin; rompió fuente y de inmediato fuimos al hospital; ella inmóvil por toda la condición del embarazo tenía miedo, muchísimo miedo, recuerdo que le dije incontables veces, con una sonrisa fingida, que todo saldría bien, aunque por dentro estaba aún más aterrorizado que ella; le repetía que yo estaba ahí con ella y que no se preocupara, que respirara y que le hiciera caso a los médicos y enfermeras, le sonreía, sujetaba su mano, la besaba en la frente, le decía que pronto podría tener en sus manos a nuestro hijo y que todos saldríamos como si nada hubiese pasado, le dije tantas cosas que ya no recuerdo algunas, más bien ya no quiero mencionarlas, porque me siento como un mentiroso, en el fondo cada que le decía algo, mi corazón se volvía más y más pequeño, la sangre dejaba de llegar a mi cuerpo y me sentía mareado y tambaleante, sin fuerzas, quería parar de decirle “mentiras blancas” y decirle que también sentía miedo, pero las inexorables miradas de mis padres y los suyos me hacían contenerme, aguantar y decirle toda esa sarta de tonterías; llego el momento en el que Rebeca entro a labor de parto y no pude entrar y acompañarla, el proceso parecía ser muy delicado y no podía estar ahí, así que no estuve en el momento en que nació Camila, nuestra hija, vivió solo unas horas, pereció 12 horas después y solo supe que en su camino a este mundo se llevo la vida de Rebeca; “Complicaciones durante el proceso…”, “Su hija está en una incubadora…”  desde que dijeron eso mi cabeza se desconectó y mi mundo se volvió más negro de lo que ya era, Rebeca, la mujer que amaba, la chica guapa del barrio, mi esposa beisbolera; se fue lejos de este mundo, su legado, mi hija agonizante, que durante sus horas de vida en una incubadora dejo más dolor y pena en este mundo, en mi mundo, ninguna de mis mujeres se pudo quedar conmigo, se fueron y se llevaron lo que quedaba de luz en mi vida.

Han pasado 5 años desde aquello, ahora continuo mi vida, solitario, trabajando en una oficina de pocos metros cuadrados para una revista de deportes, escribiendo reportajes sobre baseball y algunos otros deportes, pero principalmente cubro la liga de baseball nacional y ocasionalmente me ha tocado escribir reseñas de juegos de serie mundial; por lo regular trato de no pensar mucho, trato de mantenerme distraído y con un perfil aun más bajo del que tenía antes, tengo 27 años pero me siento como del doble de esa edad, estoy cansado y a veces siento que continuo viviendo porque Rebeca desearía que lo siguiese haciendo, pero en realidad eso me digo a mi mismo porque le tengo miedo a la muerte, sobre todo a la muerte por propia mano; me repito cada día que Rebeca y Camila me ven desde algún lugar, que debo seguir adelante, pero a medida que pasan las horas, me doy cuenta que me es imposible, soy un humano débil siempre lo fui; respiro, como y duermo por mera acción mecánica, mi espalda se siente pesada, mi corazón late a un ritmo consistente pero lento, se avejenta cada día al doble o triple de lo que debería hacerlo, mi existencia continua como una sombra más en ese estadio inaccesible que visito, como un ente perdido entre la multitud, un fantasma, un espíritu que se escabulle entre la gente y que espera el exorcismo, porque es lo mejor que puede hacer, esperar, esperar pacientemente el fin.



Ian Pavel