Parte Baja De La Séptima Entrada.
Ir a un partido de
baseball en esta ciudad es un verdadero fastidio, el estadio queda absurdamente
lejos de cualquier estación de tren subterráneo y prácticamente es inaccesible
en auto; se deben de caminar cerca de 15 minutos para llegar a él, en pocas palabras, es una
odisea terrorífica, básicamente, los que asistimos a juegos de este deporte
somos fanáticos irredentos, a pesar de todo,
se llena el estadio cada noche que hay partido, se puede observar
alegremente el ir y venir de familias, hombres de oficina y demás personas
conforme avanza el juego; yo soy uno de esos hombres de oficina, que,
taciturnamente asisten cada vez que pueden a un partido, soy fanático del
equipo local desde pequeño y mi habito de ir a los juegos nunca se ha ido, se
ha visto reducido pero nunca se ha extinguido, me gusta languidecer por horas
en mi asiento, mientras observo pacientemente el desarrollo del partido con sus
strikes, outs, home runs, etc., estar sentado
y observar el partido son parte de mi trabajo, lo veo y apunto detalle a
detalle, se llevar esa cosa que los sabiondos del deporte llaman box-score, mi
padre me enseño, pero había alguien que sabía llevar mejor un box score que yo
y sobre todo que es mucho más fan de este juego que yo, esa persona era mi
esposa, Rebeca.
A mi esposa la conocí
cuando éramos niños, vivíamos en el mismo barrio y ocasionalmente jugaba con su
hermano mayor, desde entonces ella era la niña más popular de la colonia y
aunque fuese aun una niña, ya levantaba algún sonrojo o suspiro en algunos
niños mayores a ella, emanaba algo con su cabello largo, rubio, su rostro
delicado y sus ojos color miel, que a pesar de tener solo 10 años, los que
tenían 12 o incluso 13 años, la miraban estupefactos cada vez que caminaba
junto a sus padres o su hermano, a mí que era un poco más cercano a ella
gracias a la amistad que poco a poco fui llevando con su hermano, sus encantos
me parecían aun más fascinantes e hipnotizantes; aun así nunca me acerque a
ella y al contrario, Rebeca, fue la que se acercó a mi cuando cumplió 14 años y
yo era un adolescente en la preparatoria, aun frecuentaba a su hermano pero
para jugar baseball por las tardes u ocasionalmente ir a algún partido, pero
ella, como muchas mujeres; mas despierta, más sensual, sabiéndose confiada de
sí misma y sobre todo, bella, podía estar con cualquier otro chico del barrio,
pero no, se acercó a mí, por familiaridad, por atracción física quizás o por
simple curiosidad adolescente; yo, introvertido y siendo aún un flacucho de un
metro con setenta centímetros, no podía creerlo, principalmente por ser la
hermana de mi amigo y segundo por la naturalidad con que me saco de mi
caparazón sin darme cuenta; ella, alegre y sonriente, dejo ver sus intenciones
casi desde un principio, yo, apenado y tímido, reaccione lo mejor que pude y
prácticamente cedi ante ella, era inevitable; el problema es que ella,
despampanantemente ante mi mirada, era menor que yo y paradójicamente, ella fue
la que me conquisto a mí, no a la inversa.
Comenzamos a salir y
con el permiso de sus padres y su hermano, todo se dio de manera natural, ambos,
aficionados al baseball, ambos apasionados de la misma música y casi al mismo
tipo de películas, parecíamos cortados con la misma tijera; los primeros meses
fue algo raro, rápido e intempestivo, los siguientes, calmados y estables y de
esta forma transcurrieron cerca de 4 años, ella de 18 y yo de 20, el único paso
natural era el casarme con ella según sus padres y los míos, yo, aun un
universitario, tenía miedo de quizás no poderla hacer feliz, nuestra relación
era fantástica, pero mis miedos y complejos personales, nunca desaparecieron,
ni aun estando casados, a veces no podía creer que ella y yo de verdad fuésemos
una pareja tan estable, había días que pensaba que era un sueño y que la vida
era demasiado sonriente para mí, había momentos, que sus muestras de amor eran
tan oportunamente demostradas que me
sentía como el típico “loser” de una película gringa, al cual, por un golpe de
suerte, todo le había resultado bien; pero a veces también los celos era
inmensos y dolorosamente amplios, ¿Cómo una mujer que al paso de los años se
hacía cada vez más bella y ominosamente
brillante ante mis ojos podía estar conmigo?, un ya no tan flacucho,
pero introvertido sujeto que apenas y podía hablar con su vecino; el miedo era
inmenso, la adolescencia me pesaba demasiado, mi corazón se ahogaba en
sensaciones inexistentes; de alguna manera pude sobrevivir a aquello y al
momento de cumplir un año más juntos, supe que era ahora o nunca, era joven e
inexperto pero sabía que debía de hacerlo, casarme con ella.
La idea llego
mientras observaba un juego entre los Giants de San Francisco Vs los Dodgers De
Los Ángeles, un hombre, durante la parte baja de la séptima entrada, con ayuda
del tipo del sonido local, pasaron una canción de Johnny Cash, “Walk The Line”,
a punto de terminar la canción, por micrófono y a los oídos de todos en el
estadio repleto, le pidió a su novia por más de 5 años que se casara con él,
obviamente la mujer acepto y lo demás, bueno es historia no revelada; en ese
momento transmitido por televisión y como iluminación divina, supe que debía de
decirle a Rebeca que fuese mi esposa, no lo iba a hacer igual, obviamente, pero
sabía que si ese hombre lo hizo después de 5 años, yo también debía de hacerlo,
así que lo hice; un poco más ortodoxo, en un restaurante y robándome la idea de
la canción de Cash que puso el tipo, le
dije al gerente del restaurante que me ayudara y le dijera al conjunto del
lugar que tocara esa canción y como música de fondo use la voz de Johnny para pedirle que fuese mi
esposa a Rebeca, ella accedió inmediatamente y me arrebato un beso y abrazo
enormes que casi me tiran; nuestras familias más que contentas organizaron algo
a nombre de nosotros e invitaron a nuestros amigos, algunos vecinos y
obviamente una multitud de familiares, la ceremonia pequeña pero bellamente
elaborada por mi madre y la suya, fueron su regalo, después de ello se
vaticinaban entre los invitados bellos sucesos pero en realidad ese fue quizás
lo único y lo último bello de un año fatídico.
Yo comencé a trabajar
de inmediato en una tienda de deportes y estudiaba en la tarde, me faltaba solo
un año para acabar la carrera de periodismo, me esforcé mucho en tratar de
llevar acorde una triple vida, la de marido cariñoso, la de hombre proveedor y
la de estudiante; ella, estudiaba para ser educadora por las tardes, trabajaba
en las mañanas en un restaurante como mesera, ambos con sueldos apenas dignos
de la supervivencia; aun así, nuestra vida la llevamos lo mayor equilibrada
posible, no teníamos muchas discusiones y nos manteníamos juntos y estables la
mayor parte del tiempo, al cabo de unos meses, lo obvio paso, Rebeca quedo
embarazada, era cuestión de tiempo decían mis amigos de la facultad, mis padres
sabían que pasaría tarde o temprano; todos estaban alegres , quizás fue un poco
más rápido de lo que esperaban, pero recibimos el apoyo de todos a nuestro
alrededor; yo estaba impactado pero muy contento por la noticia, a pesar de lo precario
de nuestras condiciones por momentos, tener un hijo es algo que cualquier
hombre debe de cumplir algún día, al menos eso pensaba yo; los meses
transcurrieron rápidamente pero las cosas no resultaban como pensábamos y mucho
menos como queríamos; Rebeca tuvo una amenaza de aborto a los tres meses, desde
el inicio del embarazo comenzó a mostrar síntomas muy fuertes de mareos y
presión alta, recurrentemente sufría dolores de cabeza o fiebre, no podía
caminar ni moverse abruptamente sin sentir dolor en el cuerpo, desde los seis
meses se mantuvo en cama totalmente, tuvo que dejar su trabajo y su estado anímico empeoraba; se sentía triste,
nerviosa, frágil; a veces sentía que él bebe le estaba quitando la vida, a
veces sentía que nunca conocería a su bebe y lloraba conmigo o con su madre, su
angustia me lleno de ansiedad y de un terror indescriptible que inundaba mi
cuerpo día a día, mis pensamientos se volvían más oscuros, mi ánimo al final
del embarazo llego a lo más catastrófico posible, ¿Premoniciones?, nunca he
creído en eso, aunque debí hacerlo.
Hoy es noche de juego
de serie mundial, San Francisco Vs Texas, juego 6, definitivo quizás; maldito
baseball que me trae tantos buenos y malos recuerdos de Rebeca, ella era
aficionada del equipo de la ciudad y además de los Serafines de Los Angeles, le
prometí muchas veces que iríamos a un juego de ellos en su estadio y su ciudad,
nunca pudimos hacerlo, ese bebe, nuestro bebe, me la arrebato, el día del parto, todo el proceso en caída que veníamos sufriendo llego a su fin; rompió
fuente y de inmediato fuimos al hospital; ella inmóvil por toda la condición
del embarazo tenía miedo, muchísimo miedo, recuerdo que le dije incontables
veces, con una sonrisa fingida, que todo saldría bien, aunque por dentro estaba
aún más aterrorizado que ella; le repetía que yo estaba ahí con ella y que no
se preocupara, que respirara y que le hiciera caso a los médicos y enfermeras,
le sonreía, sujetaba su mano, la besaba en la frente, le decía que pronto
podría tener en sus manos a nuestro hijo y que todos saldríamos como si nada
hubiese pasado, le dije tantas cosas que ya no recuerdo algunas, más bien ya no
quiero mencionarlas, porque me siento como un mentiroso, en el fondo cada que
le decía algo, mi corazón se volvía más y más pequeño, la sangre dejaba de
llegar a mi cuerpo y me sentía mareado y tambaleante, sin fuerzas, quería parar
de decirle “mentiras blancas” y decirle que también sentía miedo, pero las
inexorables miradas de mis padres y los suyos me hacían contenerme, aguantar y
decirle toda esa sarta de tonterías; llego el momento en el que Rebeca entro a
labor de parto y no pude entrar y acompañarla, el proceso parecía ser muy
delicado y no podía estar ahí, así que no estuve en el momento en que nació
Camila, nuestra hija, vivió solo unas horas, pereció 12 horas después y solo
supe que en su camino a este mundo se llevo la vida de Rebeca; “Complicaciones
durante el proceso…”, “Su hija está en una incubadora…” desde que dijeron eso mi cabeza se desconectó
y mi mundo se volvió más negro de lo que ya era, Rebeca, la mujer que amaba, la
chica guapa del barrio, mi esposa beisbolera; se fue lejos de este mundo, su
legado, mi hija agonizante, que durante sus horas de vida en una incubadora
dejo más dolor y pena en este mundo, en mi mundo, ninguna de mis mujeres se
pudo quedar conmigo, se fueron y se llevaron lo que quedaba de luz en mi vida.
Han pasado 5 años
desde aquello, ahora continuo mi vida, solitario, trabajando en una oficina de
pocos metros cuadrados para una revista de deportes, escribiendo reportajes
sobre baseball y algunos otros deportes, pero principalmente cubro la liga de
baseball nacional y ocasionalmente me ha tocado escribir reseñas de juegos de
serie mundial; por lo regular trato de no pensar mucho, trato de mantenerme
distraído y con un perfil aun más bajo del que tenía antes, tengo 27 años pero
me siento como del doble de esa edad, estoy cansado y a veces siento que
continuo viviendo porque Rebeca desearía que lo siguiese haciendo, pero en
realidad eso me digo a mi mismo porque le tengo miedo a la muerte, sobre todo a
la muerte por propia mano; me repito cada día que Rebeca y Camila me ven desde
algún lugar, que debo seguir adelante, pero a medida que pasan las horas, me
doy cuenta que me es imposible, soy un humano débil siempre lo fui; respiro,
como y duermo por mera acción mecánica, mi espalda se siente pesada, mi corazón
late a un ritmo consistente pero lento, se avejenta cada día al doble o triple
de lo que debería hacerlo, mi existencia continua como una sombra más en ese
estadio inaccesible que visito, como un ente perdido entre la multitud, un
fantasma, un espíritu que se escabulle entre la gente y que espera el
exorcismo, porque es lo mejor que puede hacer, esperar, esperar pacientemente
el fin.
Ian
Pavel