sábado, 31 de diciembre de 2011

Blue Holidays

Regresar al viejo barrio después de 5 años es como andar en bicicleta de nuevo; uno va dando tumbos constantemente pero al final, después de unos minutos, uno toma el control de la situación y recorre su camino con naturalidad; después el andar se vuelve firme mientras al mismo tiempo, los desgastados recuerdos del pasado caen uno a uno a nuestros pies como si fuesen piezas de rompecabezas y con los cuales mentalmente se arma poco a poco una imagen borrosa e inconexa, que al cabo de unos minutos después de respirar el aire de las viejas calles donde uno vivió, soñó y amó, va tomando nitidez, viveza y color.

Mi viejo barrio, luce casi exactamente igual a como lo deje hace algunos años, los niños juegan futbol a espaldas de un sol que emana melancólicos destellos de luz invernal, en el horizonte, el cielo azul se funde con el inmenso valle de casas y automóviles parqueados, el sonido de las risas y los alaridos de los pequeños jugando resuena en mi cabeza y a lo largo de la calle, el viento frío sopla suave y levemente mueve las hojas parduzcas restantes de los arboles, las banquetas lucen limpias y el olor del estofado, de la pierna ahumada, el pavo relleno e infinidad de guisados se mezclan, dejando un extraño hedor a vida y amor en el aire; suspiro pesada y profundamente así que continuo mi caminar; el numero 32 de la calle Alonso Pellegrini es mi destino.

La puerta de la casa luce un poco desgastada, de seguro Rocío no la ha querido pintar y arreglar, el numero "32" esta un poco sucio y oxidado, el tapete de "Bienvenido" ya no esta, el timbre fue cambiado de lugar y a diferencia de lo demás, este luce nuevo, dudo en tocar pero lo hago de todas formas, desde que tome el avión sabia que no había vuelta atrás; durante todo el vuelo pensé constantemente la posibilidad de irme a un hotel y evitar el regreso a mi "hogar", por que esta casa ya no es mi "hogar", dejo de serlo hace algunos años cuando Lucía, mi esposa, se fue a otra dimensión, a un espacio donde no la puedo ver, oler y tocar, mucho menos abrazar y besar, se fue a un espacio donde seguramente deben de estar mis viejos y mi hermano, ellos deben de estar cuidándola, eso espero yo, eso me ilusiona pensar por que desde que se fue, esta calle, la calle de Pellegrini perdió el color para mí, mi adorada calle ahora lucia inmensamente oscura y tétrica, el recuerdo de Lucía era tan fuerte que no podía resistirlo, me era imposible, así que huí, corrí desesperadamente a cualquier lugar, paradojicamente fui a donde mas deseaba ella que pasáramos nuestros últimos días juntos, a la vieja Europa, deambule entre París y Londres principalmente todos estos años, sin un rumbo fijo, iba y venía de estas ciudades, me alejaba, me ocultaba de la terrible y asfixiante nostalgia de su memoria, me mantuve en este mundo gracias a pequeños trabajos y a los ahorros de toda mi vida, pero por dentro desesperadamente gritaba y exigía que mi vida terminara, miraba al cielo repetidamente pidiendo a un dios inexistente que me tomara y me llevara junto a ella, paso mucho tiempo, incontables días y noches de absoluta soledad, ebriedad y melancolía antes de comprender en su totalidad que ella se había ido y no podría verla nunca más, tarde en entender que por mas que quisiera, reclamara y maldijera al cielo o al mundo entero por haberme quedado sin ella, mi vida debía de continuar, tenía que afrontar y exorcizar el terrible vacío que existía dentro de mí, sin prisas decidí retomar mi propio cauce, entender mi dolor y sacarlo; recorrí el mundo, recorrí lo mucho que me faltaba por ver y conocer; observe el cielo mas estrellado y claro, las puestas de sol mas hermosas y nostálgicas, los amaneceres más desbordantes de luz y belleza, conocí gente y ellos me conocieron, compartimos alegrías y penas, comí y bebí cosas inimaginables para mi paladar, viví al máximo cada uno de mis días, tal y como ambos hubiésemos podido hacerlo en ese ultimo viaje de nuestras vidas que tanto anhelábamos; un viaje que al final me toco hacerlo solo tanto de ida como de regreso desde las profundidades de mi abatimiento.

Lucía se fue en diciembre, un 24 de diciembre por la mañana para ser precisos, nuestra hija y yo recibimos una llamada del hospital donde estuvo internada menos de un mes; "complicaciones severas en las vías respiratorias" dijeron los doctores, el abrumador frío de ese invierno hizo aun mas intenso el dolor de su perdida, Rocío fue un mar de lagrimas durante semanas enteras, mi corazón desquebrajado tomo fuerza de sus lagrimas para poder soportar su ausencia en un principio, tenía que hacerlo; esa navidad y ese fin de año sin duda han sido los mas terribles de mi existencia terrenal, el paso de los días subsecuentes era terriblemente pesado para ambos pero a medida del inexorable paso de  los días, Rocío retomo su vida y sus ánimos, gracias a su corazón joven y su esposo ella sano rápidamente, en ese momento supe que no podía seguir viviendo en el viejo barrio, quería evitar ser un mar de recuerdos, lágrimas y dolores para Rocío, por lo que le deje la casa y emprendí un sinuoso recorrido de ida y vuelta desde el infierno de mi tormentoso silencio, el cual como Boomerang me trae una ultima vez a la puerta despintada y vieja del numero 32 de la calle Pellegrini, mucho ha pasado y mi vida esta por entrar a su ocaso pero yo no tengo miedo, el miedo se desvanece, el miedo esta por quedar atrás en su totalidad, por que al entrar a mi casa, a mi hogar perdido, la sonrisa de Lucía, que yace en el rostro amable y centelleante de nuestra hija, iluminara mi camino y así finalmente sabre que puedo irme sin remordimientos, sabre que puedo irme en paz a la blanca y paciente muerte que nos llamara tarde o temprano a todos.


Ian Pavel




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