miércoles, 26 de enero de 2011

Federico Garcia Lorca

Federico García Lorca

Poeta y Dramaturgo Español. Nacido en su adorada tierra Granada y asesinado en la misma a su  regreso de un exilio, es uno de los mejores poetas Hispanos que surgieron de la conocida “Generación del 27 “ y que sin lugar a dudas con sus obras de teatro y poesía ha trascendido la barrera del tiempo con un lenguaje evocador, lleno de simbolismos en ocasiones , pero que invitan al lector a adentrarse mas en el microcosmos nocturno, apasionado, bello, nostálgico y triste que crea Lorca con sus versos, que han influenciado a decenas de poetas españoles que le siguieron y otros tantos mas en el mundo, aunque su historia personal, su horrible forma de ser muerto por oponerse abiertamente al Franquismo y ser asesinado durante una madrugada en su adorada Granada, así como  su amor torrencial con el pintor Salvador Dalí es lo mas citado siempre, sus versos llenos de magia conmovedora y taciturna son lo que de verdad vale la pena de Lorca y su visión dramática del mundo, baste un ejemplo las obras Yerma, La Casa De Bernarda Alba y Bodas de Sangre  y a su vez sus libros de poesía Romancero Gitano y Poeta En Nueva York, obra que vale la pena leer y releer en varias ocasiones.


Romance de la Luna, Luna.

La luna vino a la fragua
Con su polizón de nardos.
El niño la mira, mira
El niño la esta mirando.
En el aire conmovido
Mueve la luna sus brazos
Y enseña, lubrica y pura,
Sus senos duros de estaño.
-Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
Harina con tu corazón
Collares y anillos blancos.
Cuando vengan los gitanos,
Te encontraran sobre el yunque
Con los ojillos cerrados.

- Huye luna, luna, luna,
Que ya siento los caballos.
- Niño, déjame; no pises
Mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
Tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño
Tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
Bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
Y los ojos entornados.

Como canta la zumaya,
¡Ay, como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
Con un niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
Dando gritos, los gitanos,
El aire la vela, la vela.
El aire la esta velando.

La Aurora.

La aurora de Nueva York
Tiene cuatro columnas de cieno
Y un huracán de negras palomas
Que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime
Por las inmensas escaleras
Buscando entre las aristas
Nardos de angustia desdibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca
Por que allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
Taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos
Que no habrá paraísos ni amores deshojados;
Saben que van al cieno de números y leyes,
A los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
En impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que caminan insomnes
Como recién salidas de un naufragio de sangre.

Ciudad sin sueño (Nocturno del Brooklyn Bridge)


No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. 
No duerme nadie. 
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas. 
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan 
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas 
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie. 
No duerme nadie. 
Hay un muerto en el cementerio más lejano 
que se queja tres años 
porque tiene un paisaje seco en la rodilla; 
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto 
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.

No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta! 
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda 
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas. 
Pero no hay olvido, ni sueño: 
carne viva. Los besos atan las bocas 
en una maraña de venas recientes 
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso 
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.

Un día 
los caballos vivirán en las tabernas 
y las hormigas furiosas 
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.

Otro día 
veremos la resurrección de las mariposas disecadas 
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos 
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua. 
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta! 
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero, 
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente 
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato, 
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan, 
donde espera la dentadura del oso, 
donde espera la mano momificada del niño 
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. 
No duerme nadie. 
Pero si alguien cierra los ojos, 
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!

Haya un panorama de ojos abiertos 
y amargas llagas encendidas.

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie. 
Ya lo he dicho. 
No duerme nadie. 
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes, 
abrid los escotillones para que vea bajo la luna 
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.



La casada infiel.


Y que yo me la llevé al río 
creyendo que era mozuela, 
pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago 
y casi por compromiso. 
Se apagaron los faroles 
y se encendieron los grillos. 
En las últimas esquinas 
toqué sus pechos dormidos, 
y se me abrieron de pronto 
como ramos de jacintos. 
El almidón de su enagua 
me sonaba en el oído, 
como una pieza de seda 
rasgada por diez cuchillos. 
Sin luz de plata en sus copas 
los árboles han crecido, 
y un horizonte de perros 
ladra muy lejos del río.

Pasadas las zarzamoras, 
los juncos y los espinos, 
bajo su mata de pelo 
hice un hoyo sobre el limo. 
Yo me quité la corbata. 
Ella se quitó el vestido. 
Yo el cinturón con revólver. 
Ella sus cuatro corpiños. 
Ni nardos ni caracolas 
tienen el cutis tan fino, 
ni los cristales con luna 
relumbran con ese brillo. 
Sus muslos se me escapaban 
como peces sorprendidos, 
la mitad llenos de lumbre, 
la mitad llenos de frío. 
Aquella noche corrí 
el mejor de los caminos, 
montado en potra de nácar 
sin bridas y sin estribos. 
No quiero decir, por hombre, 
las cosas que ella me dijo. 
La luz del entendimiento 
me hace ser muy comedido. 
Sucia de besos y arena 
yo me la llevé del río. 
Con el aire se batían 
las espadas de los lirios.

Me porté como quien soy. 
Como un gitano legítimo. 
Le regalé un costurero 
grande de raso pajizo, 
y no quise enamorarme 
porque teniendo marido 
me dijo que era mozuela 
cuando la llevaba al río.



Romance de la pena negra.


Las piquetas de los gallos 
cavan buscando la aurora, 
cuando por el monte oscuro 
baja Soledad Montoya. 
Cobre amarillo, su carne, 
huele a caballo y a sombra. 
Yunques ahumados sus pechos, 
gimen canciones redondas. 
Soledad, ¿por quién preguntas 
sin compaña y a estas horas? 
Pregunte por quien pregunte, 
dime: ¿a ti qué se te importa? 
Vengo a buscar lo que busco, 
mi alegría y mi persona. 
Soledad de mis pesares, 
caballo que se desboca, 
al fin encuentra la mar 
y se lo tragan las olas. 
No me recuerdes el mar, 
que la pena negra, brota 
en las tierras de aceituna 
bajo el rumor de las hojas. 
¡Soledad, qué pena tienes! 
¡Qué pena tan lastimosa! 
Lloras zumo de limón 
agrio de espera y de boca. 
¡Qué pena tan grande! Corro 
mi casa como una loca, 
mis dos trenzas por el suelo, 
de la cocina a la alcoba. 
¡Qué pena! Me estoy poniendo 
de azabache carne y ropa. 
¡Ay, mis camisas de hilo! 
¡Ay, mis muslos de amapola! 
Soledad: lava tu cuerpo 
con agua de las alondras, 
y deja tu corazón 
en paz, Soledad Montoya.

Por abajo canta el río: 
volante de cielo y hojas. 
Con flores de calabaza, 
la nueva luz se corona. 
¡Oh pena de los gitanos! 
Pena limpia y siempre sola. 
¡Oh pena de cauce oculto 
y madrugada remota!



Pequeño poema infinito.


Equivocar el camino 
es llegar a la nieve 
y llegar a la nieve 
es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios.

Equivocar el camino 
es llegar a la mujer, 
la mujer que no teme la luz, 
la mujer que no teme a los gallos 
y los gallos que no saben cantar sobre la nieve.

Pero si la nieve se equivoca de corazón 
puede llegar el viento Austro 
y como el aire no hace caso de los gemidos 
tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.

Yo vi dos dolorosas espigas de cera 
que enterraban un paisaje de volcanes 
y vi dos niños locos que empujaban llorando las pupilas de un asesino.

Pero el dos no ha sido nunca un número 
porque es una angustia y su sombra, 
porque es la guitarra donde el amor se desespera, 
porque es la demostración de otro infinito que no es suyo 
y es las murallas del muerto 
y el castigo de la nueva resurrección sin finales. 
Los muertos odian el número dos, 
pero el número dos adormece a las mujeres 
y como la mujer teme la luz 
la luz tiembla delante de los gallos 
y los gallos sólo saben votar sobre la nieve 
tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios.



Cielo Vivo.

Yo no podré quejarme
si no encontré lo que buscaba.
Cerca de las piedras sin jugo y los insectos vacíos
no veré el duelo del sol con las criaturas en carne viva.

Pero me iré al primer paisaje 
de choques, líquidos y rumores 
que trasmina a niño recién nacido 
y donde toda superficie es evitada,
para entender que lo que busco tendrá su blanco de alegría
cuando yo vuele mezclado con el amor y las arenas.

Allí no llega la escarcha de los ojos apagados 
ni el mugido del árbol asesinado por la oruga.
Allí todas las formas guardan entrelazadas 
una sola expresión frenética de avance.

No puedes avanzar por los enjambres de corolas 
porque el aire disuelve tus dientes de azúcar, 
ni puedes acariciar la fugaz hoja del helecho 
sin sentir el asombro definitivo del marfil.

Allí bajo las raíces y en la médula del aire, 
se comprende la verdad de las cosas equivocadas.
El nadador de níquel que acecha la onda más fina 
y el rebaño de vacas nocturnas con rojas patitas de mujer.

Yo no podré quejarme 
si no encontré lo que buscaba;
pero me iré al primer paisaje de humedades y latidos 
para entender que lo que busco tendrá su blanco de alegría
cuando yo vuele mezclado con el amor y las arenas.

Vuelo fresco de siempre sobre lechos vacíos,
sobre grupos de brisas y barcos encallados.
Tropiezo vacilante por la dura eternidad fija 
y amor al fin sin alba. Amor. ¡Amor visible!








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